Aprendizaje de los padres de adictos internados en la comunidad terapéutica11/10/2013
Somos padres de jóvenes que están en tratamiento dentro de una comunidad terapéutica.
Provenimos de distintas experiencias de vida como también de distintos medios sociales, económicos, educativos, pero a todos nos une un mismo dolor: tener un hijo adicto.
No es fácil para nosotros aceptar las circunstancias. Varios de nosotros reaccionamos durante mucho tiempo tapando sus conductas y las nuestras, pensando que sólo con nuestra fuerza y afecto, íbamos a enfrentar los problemas y recuperar a nuestros hijos.
Otros vivíamos en un clima de temor, confusión o desorientación apelando a médicos, psicólogos o psiquiatras y confiando en su guía.
Muchos padecimos la vergüenza de enfrentar situaciones policiales o los pasillos de tribunales, sin encontrar el clima de ayuda y comprensión que buscábamos.Hoy estamos aquí y sabemos que el cambio es necesario, no nos lo van a aportar los demás.
Aprendimos que lo debemos construir nosotros mismos, a partir de un cambio lento, pero lleno de fe.
Nos cuesta aceptar que lo que nos pasó, no fue sólo obra del narcotráfico internacional, o de los malos amigos, o de la sociedad violenta. Aprendimos a buscar dentro nuestros errores, no para penalizarlos con una culpa inútil, sino para corregir conductas. Vamos incorporando consignas y haciéndolas nuestras con la ayuda de profesionales capacitados, pero sobre todo con el apoyo y el afecto de cada uno de nosotros en los grupos de autoayuda.
Nos preguntamos si muchas veces fuimos permisivos, otras demasiado estrictos, si no les hemos brindado suficiente tiempo o se los brindamos en demasía. Cada caso es distinto, pero juntos vamos recorriendo nuestras contradicciones, nuestras flaquezas y tratamos de aceptar, a veces sin comprender lo que es mejor para nuestros hijos. Ellos, en su internación o en los grupos de ambulatorios, y nosotros, en las actividades terapéuticas de nuestros grupos de familia, tenemos nuestro lugar para ensayar los cambios.
Sabemos que vale la pena el esfuerzo, porque la meta es rescatar para la vida, no sólo a nuestros hijos, sino también a nosotros mismos, como personas y como familias.
No somos ingenuos, sabemos que hay heridas con cicatrices y hemos aprendido a reconocerlas como algo bueno, pues nos permite volver a empezar. Con nuestro afecto va este testimonio y un humilde mensaje. Uniremos fuerzas, nos seguiremos apoyando mutuamente y con toda la fe apostamos a lograr una familia que tiende a la vida.
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