Adicciones

«Se creó la cultura de la pastilla: ya nadie pregunta qué hago, sino qué tomo»5/08/2014

Desde nuestra experiencia denunciamos el respaldo de una trayectoria difícil de encontrar, el negocio de los laboratorios y sus profesionales especializados: «inventar enfermedades con el objeto de ampliar el mercado hasta que todos se vuelvan enfermos». Además, advierte sobre la urgencia extrema de tomar conciencia acerca de «esta situación alarmante», para luego poder decidir respecto del propio cuerpo sin caer ciegamente en el paternalismo médico que sobrevuela hoy al sistema en plena crisis.

El paciente hace lo que puede y lo que le enseñan que haga

En ésta nota intentamos convocar a «desaprender lo aprendido» durante la infancia para escapar del «Gran Mandato», ese que lleva a «aparentar salud» o a «reprimir los síntomas» al costo de producir y consumir; e invita a retomar la confianza de que el poder de curarse reside, muchas veces, en las buenas prácticas y la vida sana, sin remedios de por medio.

Responsabilizamos en forma directa  al Estado (una tendencia que se replica también en otros lugares del mundo) por la ausencia de límites estrictos frente a los abusos de la actividad de las empresas farmacéuticas, y la dinámica en la que incurren la automedicación o el uso irracional de antibióticos.

«La sinergia entre la exigencia del paciente, el cansancio del médico y la presión del laboratorio termina por hacer de cualquier persona sana un enfermo y de cualquier enfermo, un enfermo grave», destaca convencida al abrazar la hipótesis que recorre su investigación.

– De los casos de intoxicación aguda atendidos en las guardias de los hospitales públicos del país, la segunda causa después del alcohol son los medicamentos. ¿A qué atribuye ese uso irracional que se le brinda a las drogas?

– Siempre tiendo a desculpabilizar al paciente porque hace lo que puede y lo que le enseñan que haga. La publicidad de medicamentos es lo primero a lo que yo responsabilizo por esta situación, que tiene una acción tremenda sobre la gente. Lleva a que si alguien está cansado, automáticamente piense en una aspirina. La segunda causa es la venta libre: es parte de lo mismo, esta transformación de los medicamentos en un producto de consumo, que se asimila a un cosmético o a una golosina. Eso es una barbaridad y nos parece natural. Para mí los responsables están ahí y no en el público.

– Siguiendo con el tema, usted afirma que «sería un milagro que la gente no consumiera por su cuenta»… ¿En qué medida la difusión de remedios, a gran escala y a toda hora, alimenta esta práctica? ¿Es imparable este fenómeno?

– Creo que va a tener que ser parable en algún momento porque la cantidad de muertes producida por este fenómeno es enorme. En la Argentina no está contabilizado, pero en los Estados Unidos, donde existe toda una disciplina dedicada a la estadística, se sabe que mueren más personas por la ingesta de medicamentos que por enfermedades pulmonares, HIV, e incluso accidentes automovilísticos. Es la cuarta causa de muerte. Es un tema gravísimo. Supongo que, en algún momento, hay que parar esto. Ahora, cómo se para, no tengo la menor idea. En realidad, estamos tratando con lo que, hasta el año pasado, era el segundo negocio en volumen, después de las armas. Se ha llegado a un punto de descontrol tan enorme que no sé cómo se puede detener. Por lo pronto, me parece que se pueden tomar medidas paliativas, como ser no más publicidad de medicamentos o prohibir la venta libre de antibióticos. Es un problema mundial descontrolado, como si no hubiera conciencia de eso.

Esto trae a colación la alerta impulsada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) acerca del uso abusivo de antibióticos, que lleva a que algunas enfermedades se conviertan en intratables…

– Es lo que está ocurriendo. Hace tiempo que la OMS está advirtiendo y que los médicos lo están notando en los hospitales. Esto de que una infección banal en una rodilla se transforma en algo imparable, casi nos pone en la situación de la era pre-antibiótica. «Es muy fácil crear bacterias resistentes a todo. Los antibióticos son geniales, pero mal usados son terribles», dijo Fleming en su discurso de aceptación del Premio Nobel al descubrir los primeros antibióticos, y, a los pocos meses, muchas bacterias eran resistentes. Hoy, cada vez más, se acelera eso, porque las bacterias están programadas para mutar. Cuando la persona toma un antibiótico indebido o por el tiempo incorrecto, se convierte en un laboratorio en el que se producen gérmenes resistentes a todo. Y ya hay dos que lo son, pero por suerte están aislados. Si se diseminaran, se acabó la humanidad.

– Otra cara de la misma moneda son los hipocondríacos… ¿La retórica de la industria conduce a un aumento de este sector de la población?

– Sí. También ahí hay dos factores: uno, todo esto que venimos diciendo, y el otro es Internet.

Es inevitable, y, al mismo tiempo, está buenísimo que no haya más ese misterio y paternalismo médico que lo sabe todo. Pero es cierto también que se alimenta la paranoia. Lo bueno es que el paciente averigua y consulta. Sin embargo, hubo gente que se ha sentido pésimo y se ha quedado en la cama dispuesta a morir porque leyó algo en Internet que no comprendió del todo.

La respuesta médica convencional hoy recae en recetar varias drogas

– En ese contexto, ¿por dónde pasa el poder persuasivo de los psicofármacos, cuyo uso se ha extendido a cifras impensadas en la Argentina y en el mundo?

– Es tremendo lo que sucede con ellos. La gente hasta se aconseja y convida para no estar triste, enfrentar entrevistas laborales o rendir con éxito un examen. Hay 100 millones de personas tomando ansiolíticos en el mundo y el 10% de la población de Estados Unidos lo hace sólo con antidepresivos. Viven empastillados. Se ha naturalizado también eso.

– No se buscan alternativas para estar mejor…

– Claro, nadie prueba. Se creó esa cultura de la pastilla. A mí me llaman los pacientes y no me dicen qué hago, sino que me preguntan qué tomó. Enseguida se piensa en eso. Me parece que la función del médico debería pasar por ver la totalidad y ayudar a la persona a salir de una situación enferma como ésta que describo. Pero hoy, en muchos casos, la respuesta convencional recae en recetar varias drogas. Esto no implica que los médicos sean malos, locos o criminales, asociados con los laboratorios. Ocurre que están quemados, pasados de actividad, porque trabajan miles de horas por día, y las prepagas o las obras sociales suelen darles no más de diez minutos por cada paciente.

 La idea subyacente, advierte, es que siempre se debe hacer algo, aunque no se sepa qué. 

– ¿Entonces es obsoleto pensar en la actualidad en el modelo del médico que dispone de tiempo y puede dedicarse de lleno a sus pacientes?

– Totalmente obsoleto. Es un personaje raro ese médico y va a seguir siéndolo. Desde que las prepagas desembarcaron en el sistema de salud, la salud es un producto de consumo, con la lógica del mercado. El médico tiene que atender a 50 pacientes por día porque sino no acumula los honorarios necesarios para pagar el alquiler.

– En en la sociedad en la que vivimos está mal visto estar enfermo y esboza la idea del «Gran Mandato» (aquel que lleva a la persona a producir y consumir, sin descansar y curarse del todo). ¿Considera que es posible evadirse de él, aunque sea gradualmente?

– Pienso que sí, porque hay una movida de la gente, a pesar de toda esta presión. Sólo falta incorporar a la conciencia de la vida sana y la actividad física la idea de que uno puede curarse de otra forma, sin tomar remedios. La premisa circula, pero no se le tiene confianza por culpa de la publicidad, que te dice: «Estás cansado, tomate eso».

– ¿Qué papel cumple en ese proceso de «desaprender lo aprendido» tener acceso a información rigurosa y poder decidir sobre el propio cuerpo?

– Me parece que es fundamental porque la información que tenemos está sesgada y limitada a la publicidad y a lo que hacen los laboratorios como publicidad indirecta. Eso depende realmente del Estado, acá y en todo el mundo, es algo universal. Los Estados son los responsables de educar a la gente. Los problemas graves de salud derivan de la pobreza y de la ignorancia. Si uno pudiera terminar con ambas, la mortalidad general de las poblaciones disminuiría notablemente.

La salud es un producto de consumo, con la lógica del mercado

– La aplicación de la ley que prohíbe la venta libre de medicamentos fuera de las farmacias causó polémica años atrás. ¿Por qué motivos cree que no prosperó o no logró el impacto que se esperaba?

– Fue un cambio cosmético para beneficiar a las farmacias, al público no lo benefició para nada. Da igual ir a un kiosco y pedir una aspirina, que ir a una farmacia y hacerlo. Meten todo en la bolsa y te lo dan. ¿Qué diferencia hay para la gente comprarlo en la farmacia que en una estación de servicio o en un hotel alojamiento? Es igual. Así que no entiendo cuál fue el objetivo de esa ley.

– Volviendo al sistema y a la crisis que atraviesa, ¿es posible hablar de profesionales de la salud que no sean «concesionarios de la industria farmacéutica»?

Si trabajan en un hospital, no pueden decirle al paciente que no tome nada. No hay que olvidarse de los controles de los laboratorios, que se fijan en las recetas que cada profesional hace y, sino, los llaman para preguntarles qué pasó o por qué motivos no recetó tal droga. La industria farmacéutica premia con dinero y estatus. Esto ha sido siempre así. Te presionan, te controlan, es imposible ser neutral. Los médicos no pueden independizarse de los laboratorios.

Si no se interna al adicto para tratar su adicción a las drogas o su adicción al alcohol,
las consecuencias del consumo llevan al adicto siempre a los mismos lugares:
cárcel, hospitales y la muerte.

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