En diez años, el tipo de pacientes cambió; se pasó de adultos con una historia de uso de sustancias prolongada, a menores con un historial más corto pero más fuerte.
Que las drogas están en las calles, en los boliches, en los barrios y en las plazas, se sabe. Todas las semanas hay un operativo distinto, se secuestran grandes dosis de LSD, marihuana, cocaína y éxtasis. Y muchas de estas acciones se traducen en números, que dan cuenta de la cantidad de dinero y de mercadería que mueve el narcotráfico en el país.
Sin embargo, poco se habla sobre la adicción a las drogas. Se dice que el consumo masivo produce una situación de dependencia, se vincula el consumo de sustancias a la delincuencia y se habla de los efectos generales ¿Pero qué se hace para cambiar la realidad? ¿Qué puede hacer una persona que quiere salir de algo que, más allá de una conducta errada, es una enfermedad? ¿Por dónde empezar?
En cuanto al abordaje de la problemática, no todos los tratamientos implican una internación. Existen diferentes mecanismos de asistencia y, según precisó Miguel A.Wilk, titular y fundador de la Comunidad San Andrés, por lo general la internación se utiliza como recurso extremo.
La Comunidad San Andrés, tanto la sede Pilar como la de Del Viso, ambas en la Pcia. de Bs. As, y ambas con capacidad de estadía para 42 pacientes,es una institución privada, aunque también recibe pacientes derivados del Sistema Judicial y de los CPA provinciales.
La problemática no es individual sino que tiene que ver con una cuestión social, cultural y familiar, y visibilizar el hecho de que el consumo es reflejo de algo mucho más profundo.
“La persona que termina internada vendría a ser como el fusible de un sistema que falla; pero el problema tiene que ver con la instalación y si no vamos al fondo de la cuestión, el fusible se vuelve a quemar”, graficó al respecto Miguel A. Wilk, quien desde hace más de quince años es fundador y director de sus propias Comunidades.
Según explicó, casi siempre se trabaja en el lugar con la capacidad colmada y suele haber lista de espera. Eso habla, a las claras, de una fuerte demanda de atención y de consumo a nivel país. Sin embargo, según entendió, en los últimos 10 años no fue la cantidad de pacientes lo que creció, sino que hubo una modificación notable del perfil de atención.
“Hace 10 años el paciente era distinto. Hoy nos encontramos con chicos de 16 o 17 años, totalmente afectados por una problemática de consumo compulsivo, con poca historia de consumo, pero muy fuerte. Hace 10 años los que más venían eran personas de 30 años, con 15 de consumo sostenido, pero sin ese deterioro que aparece hoy en estos chicos”, remarcó Miguel Wilk, con la experiencia de la labor cotidiana.
Aunque dijo que la filosofía de la institución no es “poner el acento en el tipo de sustancia que se consume”, en el espacio existen tratamientos particulares para las distintas adicciones. Pero eso no es lo principal: “Para nosotros el adicto, más allá de la sustancia, es adicto, porque independientemente de lo que consuma, debajo hay una persona que tiene falencias, necesidades insatisfechas y la clave está ahí”, sostuvo.
Y enseguida reparó en que, por eso, el foco del tratamiento tiene que ver con “la búsqueda de la autonomía, para que las personas que vengan acá encuentren alguna forma de ser felices”. “Suena lindo, naif, pero es eso: las personas que vienen acá son personas infelices que encuentran en la relación con las sustancias, en un primer momento, algo que los saca, que les permite escapar de su realidad. El tema es que, cuando se les va de las manos, termina siendo peor el remedio que la enfermedad”, reflexionó.
La sede Pilar alberga a 22 personas de diferentes provincias de la Argentina.
El director Miguel A. Wilk mencionó que trabajan con una intervención que no solo tiene que ver con abandonar el consumo, sino también “con el aprendizaje de nuevos hábitos, con desaprender otros; con valores, con transmitir un mensaje que no sea contradictorio y entender a las familias y comprometerlas a que, si hicieron las cosas mal, puedan aprender a hacerlas bien”.
Consultado respecto a los plazos de los tratamientos, el estimativo es de un año, pero que todo depende de cada caso particular. Lo importante, según afirma, es que los pacientes “desde el primer día se vinculen con su realidad y no se queden en una burbuja, de la que van a salir desnudos y sin herramientas”.
“Porque más allá de todo lo que se haga en la institución, acá siempre está contenido, tiene pares, una cantidad enorme de gente en el mismo camino, operadores las 24 horas del día. No es lo mismo que estar afuera y por eso hay que acortar la brecha entre lo que se vive acá y el afuera”. Wilk precisa que, de acuerdo a la evolución de cada individuo, se van incorporando salidas para trabajar, para capacitarse y para ir tomando contacto con la realidad y no generar una dependencia de la institución que podría ser contraproducente.
En cuanto al después, que suele ser uno de los momentos más complejos en el abordaje, aclara que él no considera que se deba hablar de “reinserción”, sino de “integración”. “Para que haya reinserción tiene que haber una desinserción y con eso no estoy de acuerdo.
Sí creemos que estas personas están dentro de la sociedad como un elemento físico, pero nada más, y que lo que se busca es que el paciente logre integrarse a la sociedad completamente”, especificó.
Por otro lado, Miguel A. Wilk hace una lectura un poco más amplia, por fuera del tratamiento, y considera que de un tiempo a esta parte han cambiado mucho las cosas, pero admitió que todavía falta. “Nosotros, cuando arrancamos, decidimos interponernos entre el modelo tradicional médico y las granjas de recuperación, que son conducidas por ex pacientes, desde una mirada testimonial.Generamos un tercer modelo que intenta que concluyan estas experiencias y es lo que hacemos”, relató.
Wilk también fue algo crítico hacia las autoridades, en cuanto a que en los últimos años “no se le ha dado un lugar importante a la problemática en la agenda pública”, a pesar de que la atención significa no solo la resolución de un caso particular, sino una modificación en las conductas habituales de todo un grupo familiar.
«En una gran ciudad con altos índices de delito, nosotros damos respuestas porque en la actualidad un elevado número de pacientes tiene causas penales. Entonces, si entendemos que de 42 pacientes que tenemos en total se abarca a sus familiares y se extiende la red a unas 270 personas, esta institución está trabajando con un número alto de personas en conflicto, intentando modificar las conductas y cambiando la realidad”, subraya Wilk, en cuanto al impacto y la necesidad de que el Estado tenga un rol más presente en el tratamiento de las adicciones.
En paralelo, aseveró el director, “hoy en día la estigmatización sigue estando vigente, porque -mismo en el hospital- todavía existe esa idea de que ‘el adicto es adicto porque quiere, por falta de voluntad’ ”. “Para el médico por lo general no es lo mismo tratar a una persona con un grado de intoxicación por sustancias que a alguien que accidentalmente ingirió lavandina, por ejemplo”, graficó, al tiempo que lamentó que aún no se logre entender que la adicción es un problema mayor, que no sólo tiene que ver con lo individual sino también con lo social.
“Hoy, el acceso a las drogas es impresionante en cualquier ciudad y eso es parte de este problema, no es una cuestión de que el paciente decide consumir porque sí, sino que hay una trama social que a muchos los empuja hacia ese lugar”, apuntó.